El engaño a los falmer.


"Los enanos cavaron y cavaron, construyeron una civilización próspera... hasta que cavaron demasiado profundo. Entonces, desaparecieron" «Calcelmo, en 'The Elder Scrolls V: Skyrim'»

En el arte, todas las profundidades son habitadas por monstruos. Existen cuatro tipos de monstruos en el imaginario colectivo: las bestias de los confines del océano, las de las profundidades de la tierra, las del vacío astral, y las muertas.

Dado que tanto las del universo como las de la muerte podemos verlas, nos siguen dando miedo por su poder, o por no poder comprender lo que pueden hacer. Pero las de las profundidades nos dan pavor porque no podemos seguirlas, porque hundirnos y hundirnos en el agua o la tierra supone algo antinatural para nuestra naturaleza, una incompatibilidad con nuestra psique, que tira de nosotros hacia arriba; una especie de metáfora de lo que ocurre en nuestra mente: cuanto más nos adentramos, más retorcida, antinatural y malvada es.

Los orcos de ‘El Señor de los Anillos’ se creaban bajo tierra, e incluso los enanos de su mismo universo un día encontraron un Balrog dormido más allá de sus cavernas. Toda la mitología de Tolkien está archivada y clasificada, salvo los monstruos de los océanos y de las cuevas más profundas, los cuales ningún hombre se ha atrevido a visitar.

En la mitología del universo de ‘The Elder Scrolls’, una raza de elfos próspera fue derrotada por los humanos y obligada a huir a las ruinas enanas. No sabemos qué les pasó, pero años después aparecieron raquíticos, deformes, ciegos, monstruosos, sin apenas intelecto, criando una raza de insectos subterráneos que crece en tamaño según descendemos por sus túneles.

Un escritor se obsesionó por los horrores del vacío infinito, y aun así se fijó en los océanos y vaticinó el regreso de Cthulhu. El final de la tierra provendría de sus entrañas. Todo es una gran metáfora. El espacio es lo desconocido, la muerte es lo incomprendido, pero, ¿lo profundo? Somos nosotros.


Teniendo en cuenta que el arte es la filosofía del artista hecha obra, esto dice mucho sobre el ser humano. Freud, en sus estudios psicológicos, acabó concluyendo que el ser humano se guía por tres impulsos: el superyó o ‘yo ideal’, el yo o ‘yo real’, y el ello. La sociedad nos empuja al superyó; nuestros impulsos, al ello, y cuanto más reprima el superyó al ello, más fuerte se vuelve, más se retuerce y ataca como si fuera un tigre acorralado, hasta que salta y no quiere ser atrapado nunca más. No es una rebelión cualquiera, porque cuando el ello decide dominar para siempre, muchas veces esto se ve traducido en una violación, un asesinato, lo necesario hasta que el ello está satisfecho, hasta que vuelva a dormir para despertar tiempo después con más hambre.

No estoy hablando de monstruos sociales ni de extremos, hablo de personas dentro de la media, de ti, por ejemplo. Estoy seguro de que has vivido algún suceso traumático en tu vida, estoy seguro de que has experimentado la rabia, la impotencia, y muchas veces has querido pegar a alguien, hacerle daño o incluso matar, pero no lo has hecho por miedo al castigo. El ello te pide hacerlo, tú no le dejas, pero eso no cesa, aunque no puedas escucharlo. El perdón real no existe, y todos los daños que te hicieron, incluso los que fueron por tu bien, claman por su venganza.

No, tu mente poco a poco se va llenando de esos momentos, a veces te desbordan, y para huir de ellos tu realidad se retuerce y comienzan a surgir determinados comportamientos y placeres: los tics, las manías, las sospechas, las filias que no sabías que tenías, que por un lado te asustan, pero por otro, las quieres, pero, ¿qué pensará la gente? Y desear que no hubiera gente no basta, porque jamás se irán y si se fueran, tu filia dejaría entonces de funcionar y tener sentido.

Hablo de arriesgarse, pese el miedo al riesgo, a liberarse, a dejar de tener interés en pertenecer a una sociedad que te come cada día por dentro, a rendirse a unos placeres que prohibieron, de rendirse al mal, porque te lo prohibieron. Tenemos un monstruo en nuestro interior que no conocemos, y que extiende patas o tentáculos a través de túneles hacia el exterior.

Muchas películas tienen por tema que la humanidad a veces es mala, pero merece la pena porque a veces es buena. ¿Hasta qué punto somos amables por recompensa, y hasta qué punto no somos malos por el castigo? Yo creo que tanto el bien como el mal los creó la propia sociedad, no como definiciones, sino que en sí, los comportamientos se vuelven buenos o malos solo cuando se vive en sociedad. Fuera de ella, solo existe lo práctico y lo menos práctico, y un oso que mata a otro oso por una disputa de terreno no está cometiendo asesinato, solo defiende su alimento, defiende su vida, nadie le dice que está bien o mal, el oso seguramente ni sepa si quería hacerlo o no: fuera de la sociedad esos pensamientos no importan. Amenazaba su territorio, por lo que le amenazaba a él, el invasor no se ha querido retirar y le ha matado, fin de la historia.


En mi primera novela estaremos en un mundo desierto. Lo que antes era la civilización, ahora solo es una sombra. No hay ni rastro de la gente, pero aún siguen sus edificios, sus coches tirados en mitad de la nada, sus supermercados repletos de comida podrida. Los supervivientes que quedan no entienden de sociedad, sino de alimento y territorio, pero no son osos, son personas que vivieron un pasado en comunidad, y por ello su monstruo, su ello, ha sido alimentado por todas las veces que no pudieron gritar, no pudieron romper, ni golpear, ni matar.

Ahora, nadie les dirá nada, su ello lleva tiempo dirigiendo sus actos, y tienen represiones que saldar de su antigua vida. Es curioso: los humanos son ahora más animales, y los animales, en este universo, son más humanos. Gruñen y atacan a toda persona que se acerque a ellos, hasta los pájaros son más agresivos, como si todo el odio de las personas que se han ido, flotara en el aire y pudiera ser aspirado por ellos. Y los animales no son como nosotros: los animales no se reprimen, porque quizá no sepan que tienen un monstruo. Pero ahí está.


La clave, en mi opinión, es saber esto. El monstruo, lo oscuro, sabe quién eres, sabe a qué tienes miedo, te atraerá hacia él, y cuando estés cerca, te asustará, se alimentará de tus miedos y cuando tenga suficiente, te dará caza hasta que dejes de ser humano. Te va a oprimir, y tú no podrás matarlo. Te va a engañar, va a darte justificaciones para hacer lo que haces, pero una vez sabes que estás siendo engañado, lo que más importa es cómo vas a tomarte el engaño. Los falmer se convirtieron en bestias ciegas y raquíticas al servicio de unos seres desconocidos. Sever, en otro universo literario distinto, atrapó dentro de sí todo ese monstruo y lo engañó a él, cometiendo maldades de vez en cuando, muchas menos de las que se cometerían de estar el mal libre, y el mal dormía dentro de él porque no lo reprimía y lo liberaba de vez en cuando.

¿Cómo actuarás respecto al mal que quiere adueñarse de ti? Esta es mi visión de la realidad, y con ella escribo mis obras. Los traumas son profundos, repararlos por completo es imposible, y el inconsciente no entiende de sociedad, si al inconsciente le molesta una persona, querrá eliminarla. Y cuanto más nos adentramos en los por qués de nuestros impulsos, incluso en los bondadosos, todo se retuerce y se convierte en unos túneles que vemos antinatural explorar.


No obstante, cuando tu ello te posea y veas a tu monstruo bien de cerca, no olvides que lo único que teme tu monstruo es al propio monstruo que es, y si se alimenta del miedo, también puede alimentarse del miedo a sí mismo. No obstante, ¿por qué querrías deshacerte de él? Vives en sociedad, y tanto el bien como el mal los creó la sociedad. ¿Qué debería ser deshecho para ser feliz?

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